"Sus facciones ya dormidas se habían dulcificado, y los cabellos enmarcaban su rostro.
Muerta parecía; muerta, roto el hechizo.
Continué mirándola.
Hinqué los dientes en la punta de la lengua hasta sentir el dolor y probar la sangre caliente de la herida. Después, inclinado sobre ella, dejé que la sangre cayera hasta sus labios en pequeñas gotas brillantes. Sus ojos se abrieron. Brillantes, se alzaron hacia mí. La sangre fluyó a su boca entreabierta y, muy despacio, levantó la cabeza al encuentro de mi beso. Mi lengua penetró en su boca. Sus labios eran fríos. Los míos, también. La sangre, en cambio, era cálida y fluyó entre nosotros.
—Buenas noches, querida mía —dije—. Mi oscuro ángel"
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